Viviendo en el Poder de Dios
Introducción:
Estamos viviendo un tiempo muy especial, porque la gente se está dando cuenta que no es suficiente vivir sin Dios. Es muy importante que aprendamos a anhelar y a desear que el Espíritu Santo llene todas las áreas de nuestro ser, porque en cuanto descuidamos algún área, el diablo está como león rugiente buscando entrar en nuestro ser.
I. Hay dos clases de fe:
a. Una fe natural- que es la que usan todos para las cosas diarias; hasta los ateos tienen esa fe: tienen fe de que van a salir adelante, de que van a hacer un buen negocio, etc. Es una fe natural para la convivencia diaria.
b. Una fe de Poder- Esta fe no la tienen los ateos, sino que la tienen los que creen en Dios y le creen a Dios. A nosotros Dios nos ha concedido tener una fe especial: fe para creer en milagros y operar milagros en el nombre de Jesús.
¿Cuántos tienen fe para "creer" en milagros? ¿Y cuántos tienen fe para "producir" milagros? Hasta los más "lentos" creen en los milagros, pero se necesita otra medida de fe para decir: "Yo voy a hacer el milagro en el nombre de Jesús".
Muchos me dicen: "Hno. Juan, yo creo que Dios puede hacer el milagro, ore usted". Eso es creer en milagros, pero creer que lo puede producir otro. ¿Entiendes? Pero... ¿no te gustaría dar un pasito más arriba? Llegar a un nivel en que tú digas: "Hno. Juan, no hace falta que usted ore; déjeme a mi y ya va a ver".La Iglesia no tiene que depender de la fe que tenga el predicador, el sacerdote, el coordinador, etc.: tú no vas a ir al cielo por la fe del predicador.
Nosotros recibimos conforme a nuestra fe, no conforme a la fe del predicador. Dios, para ayudarnos en nuestra fe, muchas veces permite que el predicador tome el lugar nuestro, para demostrarte que te ama, que tiene poder, etc, pero lo que El está esperando es que tú tengas la fe de Jesús!! Jesús nunca dijo: "Los predicadores que creen en mí, o los profetas que creen en mí" sino que dijo: "LOS QUE CREEN EN MI".
II. La Iglesia viviendo el Poder de Dios.
a. Estamos viviendo un momento especial, en que la Iglesia va a salir a la calle y va hacer la obra de Dios y no va a estar dependiendo del sacerdote, del diacono, etc. ¡viene un tiempo en que la Iglesia va a tomar conciencia de la autoridad que tiene en el nombre de Jesús! Los discípulos se sorprendían -porque ellos eran como nosotros, escuchaban a Jesús, veían como hacía los milagros- y un día Jesús reúne setenta y les dice: "Vayan por las ciudades y en mi nombre sanen a los enfermos, liberen a los endemoniados." Y los discípulos sorprendidos decían: "¿Quién? ¿Nosotros?" "Sí", -les decía Jesús- "vayan en mi nombre y háganlo". Y volvieron admirados diciendo: "Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre".
Llega un tiempo en que nosotros tenemos que dejar de poner la mirada en nuestros líderes -en el buen sentido de la palabra- y entender que fuimos llamados para ser bendición: Te bendeciré y serás bendición. El que no sirve para servir, no sirve para nada... pero Dios no te ha llamado para que hagas obras de bien con tus propias fuerzas sino que te ha equipado para que hagas una obra sobrenatural alrededor tuyo; no algo que está al alcance de tu mano, sino algo que está al alcance del poder de Dios.
b. El apóstol Pablo decía que opera en nosotros el mismo poder que operó en Jesús resucitándole de los muertos. Ese poder que levantó de los muertos a Jesús es el poder que opera en los creyentes y estamos esperando ver cosas grandiosas, tremendas!
¿Qué es lo que vamos a ver? Que los cristianos comunes van a comenzar a operar en el poder sobrenatural de Dios, van a estar creyendo que algo va a suceder y ¡¡lo van a hacer en el nombre de Jesús!! ¿Sabes cómo funciona el Evangelio? EN LA MEDIDA QUE TU DAS, EL SEÑOR TE DA. ¿Recibiste de gracia? Da de gracia. ¿Dios hizo una pequeña cosa por tí? Vé y cuéntaselo a alguien. Comienza a dar lo que has recibido porque de la única manera que Dios te va a dar a ti, es cuando das lo que has recibido.
Tenemos alrededor nuestro Iglesias que están cansadas de escuchar 20 años el mismo mensaje. Tenemos creyentes que hay que "curarlos del empacho que tienen encima". Están empachados de recibir y recibir y recibir... ¡y de no dar! El diablo ha hecho un trabajo en los creyentes para que se sientan inútiles. El diablo le dice a algunos creyentes: "Tú no eres el apóstol Pablo". Sin embargo, lo importante no es que tú seas Marta, sino que el Espíritu Santo esté dentro tuyo. ¿Qué es lo más importante? ¿La jarra o lo que está adentro? ¿Qué hay dentro de la jarra? Marta es el recipiente, pero dice la Biblia que tenemos dentro del recipiente de barro, un tesoro -que es lo que está dentro de Marta- y ese tesoro es Cristo, que llenó a Marta. De modo que ningún creyente puede decir, "Yo no soy nada", "No puedo", "No sirvo", porque sería decir: "El Espíritu Santo que está dentro mío no sirve". Si no pasa nada en tu vida, de alguna manera estás frenando a Dios.
III. ¿Cómo el Poder de Dios se Cruza en Nuestra Vida?
a. Lo primero que debemos hacer es temer, honrar y servir a Dios y sólo a Dios.
En la medida que voy entregando y consagrando mi vida a Dios, en esa misma medida el Poder de Dios se manifiesta en mi vida. En la medida que yo honro a Dios, su unción fluye en mi.
b. Reconocer que la Biblia nos enseña acerca de Dios:
1. que es infinitamente poderoso,
2. debiera eliminar la palabra ‘imposible’ de nuestro vocabulario,
3. Tengo que vivir en Santidad, en el Espíritu y en su Poder.
4. El Poder solo viene de Dios.
Si yo elimino la palabra “imposible” de mi lengua, entiendo que es posible VIVIR en Santidad, vivir en el Espíritu y vivir en su poder.
“Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8,8-11).
“Oro para que Él esté alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1,18-21).
“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, lo longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3,14-20).
“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1,9-12).
“…para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1,29).
c. Nuestra debilidad no es una barrera para el poder de Dios.
Mas bien, el reconocer nuestra debilidad, es la base para volvernos a Dios, dependiendo de Su poder que obra en nosotros. Así, Dios recibe toda la gloria:
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2ª Corintios 4,7).
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2ª Corintios 12,7-10).
Cuando ministramos en el poder de Dios, no necesitamos confiar en nuestras propias fuerzas ni en los métodos humanos. En realidad, ni nos atrevamos a hacerlo. Por medio de la ‘debilidad’ de la cruz, Dios trajo salvación al hombre y por medio de éste, proclamó Su evangelio. A través de métodos débiles y poco impresionantes, el evangelio es proclamado confiando en el poder de Dios, para convencer y convertir a los pecadores. De esta forma, los hombres deben dar la gloria a Dios y deben confiar en Él y en Su poder; no en los hombres:
“¿Dónde esta el sabio? ¿Dónde esta el escriba? ¿Dónde esta el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para lo gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1ª Corintios 1,20-24).
“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuete; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1ª Corintios 1,26-31).
“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no este fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1ª Corintios 2,2-4).
“Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2ª Timoteo 3,5).
IV. Vivir en el Poder de Dios es Vivir el Poder del Evangelio
En el libro de los Hechos vemos el avance del evangelio de una forma extraordinaria: Todo lugar en donde se anunciaba el evangelio era tocado por el poder de Dios. Toda persona que oía el evangelio era quebrantada por la presencia de Dios. Todos los enfermos a quienes se les anunciaba el evangelio eran sanados por el poder de Dios.
Eran tiempos en donde predicar y oír el evangelio convertían una ocasión ordinaria, en un evento extraordinario: la gente se convertía, los enfermos eran sanados, la opresión del diablo era abolida; la iglesia causaba un impacto tremendo en donde quiera que se paraba a anunciar el evangelio.
Si nos preguntamos como hicieron los cristianos primitivos para anunciar el evangelio con tal vehemencia, pasión, entrega y eficacia encontraríamos las siguientes causas:
a. Eran creyentes saturados del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos resplandecían con la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Hechos 2,4, nos dice: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”; esto también lo confirma en Hechos 4,31, “...y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”; podemos ahora mismo enumerar la larga lista de creyentes y experiencias en el libro de los Hechos, en donde todos los cristianos eran saturados por la llenura del Espíritu Santo. Jesús les había dicho: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...” (Hch. 1,8).
Esta promesa no fue solo para los apóstoles, ni solamente para los pastores o líderes de ese tiempo. Esta promesa era y sigue siendo para toda iglesia que quiera predicar el evangelio, para toda iglesia que quiera ser testigo de Jesucristo, para toda iglesia que reconozca la necesidad de alcanzar al mundo entero para Cristo. La calidad y veracidad de nuestro cristianismo radica en vidas llenas del poder del Espíritu Santo.
¿Crees ser un cristiano de calidad? Tienes que dar testimonio de la llenura del Espíritu Santo en tu vida. La iglesia verdadera siempre va a predicar el evangelio, porque los creyentes verdaderos que la componen siempre están anhelando, buscando, ardiendo y llenándose de la presencia del Espíritu de Dios.
b. Eran creyentes que anteponían, ante todo, su obediencia a Dios.
Nunca leemos en ningún pasaje que los creyentes de la iglesia primitiva titubearan en cuanto al cumplimiento de la gran comisión. Hoy tenemos muchos creyentes que titubean, pero es por la falta de poder en sus vidas, por su mal testimonio, por su inconsistencia, porque no son obedientes a Dios.
Para los primeros cristianos, obedecer a Dios no era una opción... ¡era una prioridad! Obedecer a Dios no era cuestión de tiempo... ¡era ahora! Para ellos era tiempo de obedecer a Dios. No hay tiempo para decidir si obedecemos o no a Dios; la prioridad de todo creyente es desde un principio, obedecer a Dios.
Pedro y los apóstoles nos impresionan con su respuesta ante el Sanedrín: “Es necesario obedecer a Dios, antes que a los hombres” (Hch. 5,29). El creyente debe estar convencido de esta verdad si quiere vivir en el poder del evangelio, ya que nadie que no obedece a Dios, puede ser llenado con su Espíritu. Mismo Pedro nos enseña esto en Hechos 5,32: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”.
La obediencia a Dios nos lleva a aceptar a Cristo como Salvador, nos lleva a consagrarnos, nos lleva a ser llenos del Espíritu Santo y como consecuencia nos lleva a vivir en el poder del evangelio.
c. Eran creyentes que estaban dispuestos a pagar el precio de ser testigos del Evangelio.
Usted que ha leído la Biblia, sabe que hay un costo del discipulado. Vivir en el poder del evangelio, quiero decirte, no es barato. El precio es bastante alto y requiere una voluntad completamente rendida al Señor. Requiere de consagración total si no quieres fracasar.
El fracaso actual de muchas iglesias no son los resultados que viven, sino que dichos resultados son consecuencia de su fracaso. Son sus miembros, de estas iglesias, que han fracasado en rendir sus vidas a Dios, no obedecen a Dios, fracasan no permitiendo que el Espíritu de Dios los llene y los capacite para hacer la voluntad de Dios, fracasan al no estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos de Cristo.
Podemos afirmar que los primeros cristianos tuvieron éxito. Siempre valoramos el éxito en términos de resultados. Pero desde mi punto de vista, el éxito de la iglesia primitiva no son los resultados. Los resultados fueron consecuencia del éxito. ¿Cuál fue entonces el éxito? Rendir sus vidas a Dios, obedecer a Dios, permitir que el Espíritu Santo los llenara y los capacitara para hacer la voluntad de Dios y estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos.
La palabra “testigos” viene del griego “martures”, que significa: mártires. En cierto sentido podemos afirmar que ellos no estaban dispuestos a dar su vida por Jesús, ¡Ya habían entregado su vida a Jesús! Por eso Pablo enfatiza categóricamente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí...” (Gál. 2,20).
Si nos preguntáramos: “¿estoy dispuesto a dar mi vida por Cristo?” Primero tendríamos que responder a esto: “¿he entregado mi vida a Jesús?” Si no estamos seguros de nuestra respuesta a esta pregunta, no podríamos dar nuestra vida por Jesús ni vivir en el poder del evangelio.
Estamos viviendo un tiempo muy especial, porque la gente se está dando cuenta que no es suficiente vivir sin Dios. Es muy importante que aprendamos a anhelar y a desear que el Espíritu Santo llene todas las áreas de nuestro ser, porque en cuanto descuidamos algún área, el diablo está como león rugiente buscando entrar en nuestro ser.
I. Hay dos clases de fe:
a. Una fe natural- que es la que usan todos para las cosas diarias; hasta los ateos tienen esa fe: tienen fe de que van a salir adelante, de que van a hacer un buen negocio, etc. Es una fe natural para la convivencia diaria.
b. Una fe de Poder- Esta fe no la tienen los ateos, sino que la tienen los que creen en Dios y le creen a Dios. A nosotros Dios nos ha concedido tener una fe especial: fe para creer en milagros y operar milagros en el nombre de Jesús.
¿Cuántos tienen fe para "creer" en milagros? ¿Y cuántos tienen fe para "producir" milagros? Hasta los más "lentos" creen en los milagros, pero se necesita otra medida de fe para decir: "Yo voy a hacer el milagro en el nombre de Jesús".
Muchos me dicen: "Hno. Juan, yo creo que Dios puede hacer el milagro, ore usted". Eso es creer en milagros, pero creer que lo puede producir otro. ¿Entiendes? Pero... ¿no te gustaría dar un pasito más arriba? Llegar a un nivel en que tú digas: "Hno. Juan, no hace falta que usted ore; déjeme a mi y ya va a ver".La Iglesia no tiene que depender de la fe que tenga el predicador, el sacerdote, el coordinador, etc.: tú no vas a ir al cielo por la fe del predicador.
Nosotros recibimos conforme a nuestra fe, no conforme a la fe del predicador. Dios, para ayudarnos en nuestra fe, muchas veces permite que el predicador tome el lugar nuestro, para demostrarte que te ama, que tiene poder, etc, pero lo que El está esperando es que tú tengas la fe de Jesús!! Jesús nunca dijo: "Los predicadores que creen en mí, o los profetas que creen en mí" sino que dijo: "LOS QUE CREEN EN MI".
II. La Iglesia viviendo el Poder de Dios.
a. Estamos viviendo un momento especial, en que la Iglesia va a salir a la calle y va hacer la obra de Dios y no va a estar dependiendo del sacerdote, del diacono, etc. ¡viene un tiempo en que la Iglesia va a tomar conciencia de la autoridad que tiene en el nombre de Jesús! Los discípulos se sorprendían -porque ellos eran como nosotros, escuchaban a Jesús, veían como hacía los milagros- y un día Jesús reúne setenta y les dice: "Vayan por las ciudades y en mi nombre sanen a los enfermos, liberen a los endemoniados." Y los discípulos sorprendidos decían: "¿Quién? ¿Nosotros?" "Sí", -les decía Jesús- "vayan en mi nombre y háganlo". Y volvieron admirados diciendo: "Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre".
Llega un tiempo en que nosotros tenemos que dejar de poner la mirada en nuestros líderes -en el buen sentido de la palabra- y entender que fuimos llamados para ser bendición: Te bendeciré y serás bendición. El que no sirve para servir, no sirve para nada... pero Dios no te ha llamado para que hagas obras de bien con tus propias fuerzas sino que te ha equipado para que hagas una obra sobrenatural alrededor tuyo; no algo que está al alcance de tu mano, sino algo que está al alcance del poder de Dios.
b. El apóstol Pablo decía que opera en nosotros el mismo poder que operó en Jesús resucitándole de los muertos. Ese poder que levantó de los muertos a Jesús es el poder que opera en los creyentes y estamos esperando ver cosas grandiosas, tremendas!
¿Qué es lo que vamos a ver? Que los cristianos comunes van a comenzar a operar en el poder sobrenatural de Dios, van a estar creyendo que algo va a suceder y ¡¡lo van a hacer en el nombre de Jesús!! ¿Sabes cómo funciona el Evangelio? EN LA MEDIDA QUE TU DAS, EL SEÑOR TE DA. ¿Recibiste de gracia? Da de gracia. ¿Dios hizo una pequeña cosa por tí? Vé y cuéntaselo a alguien. Comienza a dar lo que has recibido porque de la única manera que Dios te va a dar a ti, es cuando das lo que has recibido.
Tenemos alrededor nuestro Iglesias que están cansadas de escuchar 20 años el mismo mensaje. Tenemos creyentes que hay que "curarlos del empacho que tienen encima". Están empachados de recibir y recibir y recibir... ¡y de no dar! El diablo ha hecho un trabajo en los creyentes para que se sientan inútiles. El diablo le dice a algunos creyentes: "Tú no eres el apóstol Pablo". Sin embargo, lo importante no es que tú seas Marta, sino que el Espíritu Santo esté dentro tuyo. ¿Qué es lo más importante? ¿La jarra o lo que está adentro? ¿Qué hay dentro de la jarra? Marta es el recipiente, pero dice la Biblia que tenemos dentro del recipiente de barro, un tesoro -que es lo que está dentro de Marta- y ese tesoro es Cristo, que llenó a Marta. De modo que ningún creyente puede decir, "Yo no soy nada", "No puedo", "No sirvo", porque sería decir: "El Espíritu Santo que está dentro mío no sirve". Si no pasa nada en tu vida, de alguna manera estás frenando a Dios.
III. ¿Cómo el Poder de Dios se Cruza en Nuestra Vida?
a. Lo primero que debemos hacer es temer, honrar y servir a Dios y sólo a Dios.
En la medida que voy entregando y consagrando mi vida a Dios, en esa misma medida el Poder de Dios se manifiesta en mi vida. En la medida que yo honro a Dios, su unción fluye en mi.
b. Reconocer que la Biblia nos enseña acerca de Dios:
1. que es infinitamente poderoso,
2. debiera eliminar la palabra ‘imposible’ de nuestro vocabulario,
3. Tengo que vivir en Santidad, en el Espíritu y en su Poder.
4. El Poder solo viene de Dios.
Si yo elimino la palabra “imposible” de mi lengua, entiendo que es posible VIVIR en Santidad, vivir en el Espíritu y vivir en su poder.
“Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8,8-11).
“Oro para que Él esté alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1,18-21).
“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, lo longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3,14-20).
“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1,9-12).
“…para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1,29).
c. Nuestra debilidad no es una barrera para el poder de Dios.
Mas bien, el reconocer nuestra debilidad, es la base para volvernos a Dios, dependiendo de Su poder que obra en nosotros. Así, Dios recibe toda la gloria:
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2ª Corintios 4,7).
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2ª Corintios 12,7-10).
Cuando ministramos en el poder de Dios, no necesitamos confiar en nuestras propias fuerzas ni en los métodos humanos. En realidad, ni nos atrevamos a hacerlo. Por medio de la ‘debilidad’ de la cruz, Dios trajo salvación al hombre y por medio de éste, proclamó Su evangelio. A través de métodos débiles y poco impresionantes, el evangelio es proclamado confiando en el poder de Dios, para convencer y convertir a los pecadores. De esta forma, los hombres deben dar la gloria a Dios y deben confiar en Él y en Su poder; no en los hombres:
“¿Dónde esta el sabio? ¿Dónde esta el escriba? ¿Dónde esta el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para lo gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1ª Corintios 1,20-24).
“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuete; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1ª Corintios 1,26-31).
“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no este fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1ª Corintios 2,2-4).
“Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2ª Timoteo 3,5).
IV. Vivir en el Poder de Dios es Vivir el Poder del Evangelio
En el libro de los Hechos vemos el avance del evangelio de una forma extraordinaria: Todo lugar en donde se anunciaba el evangelio era tocado por el poder de Dios. Toda persona que oía el evangelio era quebrantada por la presencia de Dios. Todos los enfermos a quienes se les anunciaba el evangelio eran sanados por el poder de Dios.
Eran tiempos en donde predicar y oír el evangelio convertían una ocasión ordinaria, en un evento extraordinario: la gente se convertía, los enfermos eran sanados, la opresión del diablo era abolida; la iglesia causaba un impacto tremendo en donde quiera que se paraba a anunciar el evangelio.
Si nos preguntamos como hicieron los cristianos primitivos para anunciar el evangelio con tal vehemencia, pasión, entrega y eficacia encontraríamos las siguientes causas:
a. Eran creyentes saturados del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos resplandecían con la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Hechos 2,4, nos dice: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”; esto también lo confirma en Hechos 4,31, “...y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”; podemos ahora mismo enumerar la larga lista de creyentes y experiencias en el libro de los Hechos, en donde todos los cristianos eran saturados por la llenura del Espíritu Santo. Jesús les había dicho: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...” (Hch. 1,8).
Esta promesa no fue solo para los apóstoles, ni solamente para los pastores o líderes de ese tiempo. Esta promesa era y sigue siendo para toda iglesia que quiera predicar el evangelio, para toda iglesia que quiera ser testigo de Jesucristo, para toda iglesia que reconozca la necesidad de alcanzar al mundo entero para Cristo. La calidad y veracidad de nuestro cristianismo radica en vidas llenas del poder del Espíritu Santo.
¿Crees ser un cristiano de calidad? Tienes que dar testimonio de la llenura del Espíritu Santo en tu vida. La iglesia verdadera siempre va a predicar el evangelio, porque los creyentes verdaderos que la componen siempre están anhelando, buscando, ardiendo y llenándose de la presencia del Espíritu de Dios.
b. Eran creyentes que anteponían, ante todo, su obediencia a Dios.
Nunca leemos en ningún pasaje que los creyentes de la iglesia primitiva titubearan en cuanto al cumplimiento de la gran comisión. Hoy tenemos muchos creyentes que titubean, pero es por la falta de poder en sus vidas, por su mal testimonio, por su inconsistencia, porque no son obedientes a Dios.
Para los primeros cristianos, obedecer a Dios no era una opción... ¡era una prioridad! Obedecer a Dios no era cuestión de tiempo... ¡era ahora! Para ellos era tiempo de obedecer a Dios. No hay tiempo para decidir si obedecemos o no a Dios; la prioridad de todo creyente es desde un principio, obedecer a Dios.
Pedro y los apóstoles nos impresionan con su respuesta ante el Sanedrín: “Es necesario obedecer a Dios, antes que a los hombres” (Hch. 5,29). El creyente debe estar convencido de esta verdad si quiere vivir en el poder del evangelio, ya que nadie que no obedece a Dios, puede ser llenado con su Espíritu. Mismo Pedro nos enseña esto en Hechos 5,32: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”.
La obediencia a Dios nos lleva a aceptar a Cristo como Salvador, nos lleva a consagrarnos, nos lleva a ser llenos del Espíritu Santo y como consecuencia nos lleva a vivir en el poder del evangelio.
c. Eran creyentes que estaban dispuestos a pagar el precio de ser testigos del Evangelio.
Usted que ha leído la Biblia, sabe que hay un costo del discipulado. Vivir en el poder del evangelio, quiero decirte, no es barato. El precio es bastante alto y requiere una voluntad completamente rendida al Señor. Requiere de consagración total si no quieres fracasar.
El fracaso actual de muchas iglesias no son los resultados que viven, sino que dichos resultados son consecuencia de su fracaso. Son sus miembros, de estas iglesias, que han fracasado en rendir sus vidas a Dios, no obedecen a Dios, fracasan no permitiendo que el Espíritu de Dios los llene y los capacite para hacer la voluntad de Dios, fracasan al no estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos de Cristo.
Podemos afirmar que los primeros cristianos tuvieron éxito. Siempre valoramos el éxito en términos de resultados. Pero desde mi punto de vista, el éxito de la iglesia primitiva no son los resultados. Los resultados fueron consecuencia del éxito. ¿Cuál fue entonces el éxito? Rendir sus vidas a Dios, obedecer a Dios, permitir que el Espíritu Santo los llenara y los capacitara para hacer la voluntad de Dios y estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos.
La palabra “testigos” viene del griego “martures”, que significa: mártires. En cierto sentido podemos afirmar que ellos no estaban dispuestos a dar su vida por Jesús, ¡Ya habían entregado su vida a Jesús! Por eso Pablo enfatiza categóricamente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí...” (Gál. 2,20).
Si nos preguntáramos: “¿estoy dispuesto a dar mi vida por Cristo?” Primero tendríamos que responder a esto: “¿he entregado mi vida a Jesús?” Si no estamos seguros de nuestra respuesta a esta pregunta, no podríamos dar nuestra vida por Jesús ni vivir en el poder del evangelio.