Alabanza vs. Contemplación. Conflicto en la R.C.C.
No podemos confundir contemplación con alabanza, ni viceversa. Tienen un significado muy distinto, aunque ambas sean formas de oración dirigidas a Dios. Estas dos formas de oración tienen que estar presente en nuestra vida espiritual. Ambas son un baluarte en nuestra vida de oración profunda, para que de alguna manera seamos agradables a Dios. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que es. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y término”. Por medio de ella, el Espíritu Santo desciende sobre el que brinda la alabanza, y comienza a actuar en él y a manifestar sus dones en él. Los dones y carismas que el Espíritu Santo nos brinda en la alabanza son para que se pongan al servicio de la comunidad. Y estamos obligados a ser hombres y mujeres de alabanza verdadera, no-solo brindar alabanzas al Señor, sino ser un genuino hombre de alabanza, a tal punto que nuestra vida sea una alabanza toda.
Esta forma de oración es la mas practicada por todo cristiano, y por todo carismático católico. Pero se quedan solo en alabanzas y alabanzas, o sea, se encuentran constantemente pidiendo la asistencia del Espíritu (según la definición antes dada) y nada más. Nos olvidamos de que no todo es obra de Dios y que también nosotros nos tenemos que esforzar por encontrar una vida de oración saludable y madura, a la cual solo podremos llegar en la medida que sepamos combinar la alabanza y la contemplación (silencio), para así colaborar con la gracia. Pablo dice: “Solo el espíritu conoce los secretos mas íntimos de Dios”. Entonces la pregunta que nos tenemos que formular es: ¿Cómo puedo conocer estos secretos íntimos de Dios? Aquí la respuesta: Alabo a Dios continuamente y el Espíritu desciende y se manifiesta en toda su gloria sobre mí. Pero esta acción del Espíritu no es pasiva, no se detiene ahí; sino que me tiene que llevar en sus brazos al silencio interior “la contemplación”. ¿Por qué? Porque en la contemplación no va a descender el Espíritu Santo sobre mi, porque ya le he recibido en la alabanza, sino mas bien, este Espíritu me va a tomar en sus alas y va a elevar mi espíritu hasta la presencia de Dios. En la Alabanza el Espíritu de Dios desciende, pero en la contemplación mi espíritu asciende hasta la presencia de Dios, y comienza a saborear todas las delicias espirituales que el Padre nos ofrece.
I. La Contemplación
La contemplación ejerce una función transformante en mi vida. Digamos brevemente de manera: (Referencia Diccionario de Espiritualidad de Editorial San Pablo)
1) LA FE VIVA.
La oración contemplativa provoca una continua reactivación de la luz de la fe, haciendo así cada vez más vivos para nosotros los misterios particulares de la salvación. La luz de la fe no solamente ilumina el contenido objetivo de la misma, sino que le permite mejor al sujeto tomar conciencia de la relación entre el misterio de la salvación y su vida; no se trata solamente de adherirse a la revelación universal de la salvación, sino percibir que esa salvación es una salvación para mí, que atañe a mi existencia concreta. La actividad contemplativa personaliza la fe. Los valores percibidos en la contemplación se convierten en las motivaciones principales de la existencia y de la acción.
2) CONCIENCIA CRISTIANA.
Por conciencia entendemos el modo como se ha constituido la mirada, el pensamiento, el juicio de un hombre; cuales son sus medidas y sus ordenes validas; que actitudes espontáneas adopta, y así sucesivamente. Sería cristiana la conciencia si para ella fuera verdad lo que lo es según la revelación; posible lo que según ella es posible; buena, bella, noble, familiar y consolador cuanto lo es para ella.
3) LA PURIFICACIÓN.
Toda actividad contemplativa nos sitúa en presencia de Dios, que es un Dios Santo. Como Pedro en presencia de Jesús tomó conciencia de ser pecador (Lc. 5,8), así el que contempla, puesto en presencia del Dios santo, adquiere conciencia de la distancia infinita que lo separa de Dios. En él se despierta el deseo de convertirse y de llegar a la santidad. Ya no será un simple anhelo del alma y el corazón, sino una convicción y un estilo de vida, que llevara al contemplador a un nuevo grado de perfección. La persona, al tomar conciencia de la santidad de Dios, tomará conciencia de su tendencia al pecado que se encuentra en él, en su propio ser reconocerá la necesidad de Dios y la necesidad de buscarlo incansablemente. Mientras más cerca de Dios se encuentra, mas se dará cuenta de su miseria humana, ya que quedará fotografiado en su pequeñez. Esto producirá en el pecador, un gran deseo de estar en a presencia de Dios en contemplación.
4) LA ILUMINACIÓN.
Cuando se habla del poder transformador de la contemplación, no se refiere a una transformación producida por el estudio o el conocimiento humano, sino por la acción directa del Espíritu de Dios en la vida del hombre. Sin embargo, el cambio que se produce por medio de la contemplación es mucho más profundo, ya que el mismo autor es el Espíritu Santo que se derrama en el corazón del pecador que contempla. Este amor que se derrama hace crecer en nosotros un nuevo conocimiento que expresa nuestra condición de hijos de Dios. Este amor hace que el alma salga de sí misma para estar al lado del objeto amado (en este caso Dios), e imprimir en ella una semejanza con lo amado. El alma, al unirse a Dios a través de la mediación de Cristo en la contemplación, pasa al lado de Dios, penetra en el reino y allí se transforma y recibe la iluminación del espíritu. Al vivir mas constantemente en unión con Dios, el alma se une mas estrechamente a él, el que se une al Señor es un solo espíritu con él (1Cor 6,17).
II. La Alabanza
La alabanza tiene diferentes frutos en nuestra vida. Por la misma podemos alcanzar gracias de Dios para nosotros y nuestros cercanos. Ahora mencionamos varios frutos de la alabanza:
a) Invocación del Espíritu Santo.
Cuando alabamos a Dios, no hacemos otra cosa que reconocerlo a él como merecedor de toda alabanza y gloria, lo reconocemos como el único Señor de nuestra vida, y a la vez reconocemos nuestra miseria y nuestra necesidad de él. Sabemos que sin él no podemos y por eso le alabamos. En medio de esa alabanza reconocemos nuestra realidad de pecadores y nuestros deseos de dejar de fallarle a Dios. Y Dios se fija en esta condición real, la cual no puede ignorar pues su categoría de Dios se lo impide. Dios se apiada de su Iglesia orante y de su hijo arrepentido, y le otorga su misma presencia enviando sobre él a su mismo Espíritu.
b) Desplazar al YO.
La alabanza tiene como fruto desplazar al hombre del centro de la escena y colocar a Dios en el centro como autor de toda acción. Por tanto, la alabanza nos hace recordar lo pequeño que somos y lo grandioso que es Dios. Nos da cierto grado de humildad, siempre y cuando yo este en la disposición de recibirla. Cuando nos despojamos del yo podremos repetir como Pablo: “...con el rostro descubierto reflejemos como un espejo la gloria del Señor...” (2Cor 3, 18).
c) Sanación Interior.
El mal que ha penetrado nuestro corazón y los acontecimientos de nuestra vida producen en nosotros heridas interiores que no nos permiten actual libremente, pues ejercen presión en nuestra conducta y en nuestro inconsciente. Al ejercer presión, ya no somos libres en el espíritu ni caminamos en la verdad, La verdad nos hará libres. Por tanto, Jesús nos quiere libres y sanos de todas estas cosas, para que podamos actuar según su voluntad y según su agrado. La alabanza supone literalmente sanación, aunque se nos haga difícil comenzar una alabanza estando en este estado. Mientras vamos llenando nuestra vida de oración y alabanza, ella va a ir relajando la herida poco a poco hasta hacer que desaparezca por completo. Oigamos las palabras de Isaías cuando nos dice Dios: Yo le curaré y le daré ánimos a él y a los con él lloran, poniendo en sus labios alabanza. Ya solo con la alabanza desciende sobre nosotros la sanación, aun antes de hacer cualquier petición concreta.
d) Gozo y presencia de Dios.
Dice el salmo 89: Dichoso el pueblo que sabe alabarte; caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro. Tu nombre es su gozo cada día. El gozo es uno de los frutos del Espíritu y de la vida abundante que Jesús ha venido a traernos. El gozo no es un merito ganado por nuestras acciones, sino una necesidad. Es nuestra fortaleza frente a las tentaciones del demonio, la carne y el mundo. La alabanza nos hace vivir en constante presencia de Dios. Hace que nuestra relación con la divinidad crezca y se fortalezca.
III. Conclusión
Ciertamente existen muchos otros frutos de la alabanza, pero solo hemos colocado aquellos mas frecuentes. Versus la alabanza tenemos la actividad contemplativa. Solo daremos la diferencia esencial entre estas dos formas de oración, la cual las colocan en un grado vital de oración. En la alabanza el Espíritu de Dios desciende sobre nosotros y derrama el amor de Dios en nuestros corazones. Con ese Espíritu desciende todo aquello que supone la presencia del Espíritu como los dones espirituales, los carismas, sanación interior, etc. En la contemplación el Espíritu no desciende sobre nosotros, sino que ya debe de estar en nosotros, pues con su ayuda entraremos en un grado tal de contemplación que nuestro espíritu se elevara hasta la presencia de Dios y nos revelará sus secretos más íntimos. Y Aquel que penetra los secretos mas íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu... (Rom 8, 27).Estudiando los frutos de la alabanza y la fuerza transformadora de la contemplación llegaremos a tener una perfecta comunión con Dios.
por: Juan A. González Rivera